LA ÉTICA EN LA ANTIGUA GRECIA
  Bibliografía Complementaria
 


Libros:

 

 

 

 

Libro 1

 

Austín, Michel y Vidal-Naquet, Pierre. Economía y Sociedad en la Antigua Grecia. Barcelona, Paidos Iberica, 1986. 336 p.

 

 

 

Libro 2

 

Reyes, Alfonso y Gutierrez Girardot, Rafaela. Última tule y otros ensayos. Venezuela, Fundación Biblioteca Ayacuch, 1991. 303 p.

 

 

 

Libro 3

 

Bermejo Barrera, José Carlos. Grecia Arcaica: La Mitología. España, Akal, 1996. 64 p.

 

 

 

 

 

 

 

Artículos:

 

 

 

Artículo 1

González Torres, Ángel Luis. Mundo Micénico, Mundo Homérico. Panta Rei: Revista de ciencia y didáctica de la historia [en línea]. 2006, vol. 2, N° 1 [fecha de consulta: 14 Agosto 2009]. Disponible en: http://www.um.es/pantarei/pantarei21/1.pdf>. ISSN 1136-2464

 

Artículo 2

Espejo Muriel, Carlos. Reflexiones sobre la problemática Homérica. Carlos Espejo Muriel [en línea]. 1992. [fecha de consulta: 14 Agosto 2009]. Disponible en: <http://perso.wanadoo.es/cespejo/homero.htm>

 

 

 

Artículo Completo

*Artículo 1:

MUNDO MICÉNICO, MUNDO HOMÉRICO

Debate historiográfico

ÁNGEL LUIS GONZÁLEZ TORRES

Épica, arqueología e historia

Homero representa el inicio de la Literatura europea. Su influencia no sólo se ha reducido a la tradición grecolatina, sino que sigue siendo fuente de estudio, debate e inspiración actualmente, superando con creces el ámbito de la literatura, convirtién­dose así en referencia indispensable para estudios históricos, filológicos, arqueológi­cos, antropológicos y artísticos.

Su relato de la cólera de Aquiles durante la guerra de Troya en la Ilíada, junto con el del regreso de Odiseo1 a Ítaca y la recuperación de su trono y esposa en la Odisea, han conformado gran parte de la cosmovisión griega, junto con Hesíodo. Sus rela­tos en forma de poemas épicos fueron no sólo asumidos como parte de la tradición histórica de los habitantes de la Hélade, sino también como una serie de pautas de comportamiento, de modelos a imitar, que fueron seguidos y admirados hasta siglos después de la muerte de su autor. De hecho la creencia popular de forma tajante en su veracidad entre los helenos antiguos contrasta con el absoluto escepticismo en los círculos académicos del siglo XIX, ampliamente imbuidos del espíritu positivista.

Esta opinión generalizada no se vino abajo inmediatamente con los descubri­mientos de Heinrich Schliemann. No ayudaron a su credibilidad su peculiar forma de interpretar de forma literal la tradición homérica y sus anteriores actitudes en lugares como la actual isla de Ítaca dónde, en 1868, tras una superficial excavación defendió haber encontrado la granja de Laertes, el campo de Eumeo, una urna funeraria con las cenizas de «Odiseo y Penélope o de sus descendientes» a la vez que excavó en busca de las raíces del «olivo de cuya madera construyó Odiseo su lecho nupcial». De hecho, tal actitud le valió un mordaz comentario de H.F. Tozer: «Un poco más de sentido crítico habría ahorrado bastantes esfuerzos».

Durante años se ha instalado un debate entre dos posturas diferenciadas clara­mente acerca de la historicidad o no de los hechos relatados por el poeta ciego. Las opiniones, diametralmente opuestas, van desde el seguimiento homérico de Blegen, que sostuvo que «no puede dudarse ya, si se observa el estado de nuestros conoci­mientos actuales [1963], que realmente hubo una histórica guerra de Troya, en que una coalición de aqueos o micénicos a las ordenes de un rey cuya supremacía recono­cían todos, luchó contra el pueblo de Troya y sus aliados» hasta la negación empírica de M.I.Finley: « la homérica guerra de Troya debe ser eliminada de la historia de la Edad de Bronce griega».

C. Starr6  defiende el mundo micénico como una sociedad autónoma, no un mero apéndice del mundo de la Grecia clásica, a la vez que pretende distanciarlo de la uti­lización que de él se hace para una posible veracidad de la obra de Homero, aunque, como mantiene M. Marazzi adolece en determinados pasajes de un excesivo simplis­mo en su demostración, con una visión «bastante estática y reiterativa».

Ni siquiera con las actuales excavaciones en Hissarlik (Turquía) de M. Korfmann, en lo que ya nadie duda es el emplazamiento de la ciudad histórica de Troya, se han podido aportar datos concluyentes para vincular lo allí encontrado con el relato ho­mérico. Los defensores de la existencia de un núcleo histórico en el poema épico, quizás adoleciendo de un exceso de romanticismo, mantienen que la ausencia de evidencias no es evidencia de ausencia, por lo que mientras sigan aportándose datos en base a nuevos descubrimientos, no queda cerrada la puerta de la esperanza a la corroboración de su tesis, como podemos ver en la obra reciente de C. Moreau dónde nos ofrece un análisis comparado de la información arqueológica disponible para la Edad Bronce griega y del Mediterráneo oriental.

Los múltiples intentos de encajar el mundo homérico y mitológico con la reali­dad histórica tienden a producir fórmulas extremas y artificiales, como es el caso de la obra de R. Graves donde si bien su relato de los mitos está bellamente narrado  concienzudamente documentado, su interpretación de los mismos dista mucho de ser considerada histórica.

No es intención de este escrito entrar a debatir exhaustivamente la existencia o no de una guerra Troya histórica. Homero no es un cronista documentado concien­zudamente ni un «corresponsal de guerra», testigo ocular del evento que narra. Actualmente se data la existencia del autor (o autores, lo cual sigue actualmente en debate por parte de los filólogos) de la Ilíada y de la Odisea entre los años 850 y 750 a.C. mientras que el periodo tradicionalmente atribuido a la guerra de Troya oscila en torno a los inicios del s. XII a.C. (1194-1184 según el mito, Troya VIIa según la estratigrafía del yacimiento de Hissarlik).

Conviene, por otro lado, dilucidar hasta qué punto la sociedad descrita por Home­ro es atribuible a la sociedad micénica que la Arqueología y las tablillas en Lineal-B nos han ido mostrando, lo cual sí nos ofrecería una información significativa para la comprensión no sólo del periodo micénico, sino también para el análisis de la época que vivió Homero.

El mundo de las tablillas

Lo que habitualmente conocemos como mundo Micénico abarca los siglos XVI-XIII a.C. desarrollándose en la Edad del Bronce de Grecia. Su descubrimiento dio pie a su examen desde el punto de vista de la Arqueología, que con las técnicas que le son propias nos ofreció un amplio panorama del mundo en el que se desenvolvían los habitantes de los palacios micénicos y su sociedad.

A partir de 1939 se conoció el hecho de que estos palacios micénicos usaban la escritura, pero no fue hasta 1952 que pudo descifrarse su significado a raíz del trabajo de M. Ventris y J. Chadwick, identificando un sistema de escritura que consta de ideogramas, numerales y signos silábicos, concretamente, un silabario de 87 signos y que ocultaba una forma arcaica de griego.

Tras la noticia de tan notable descubrimiento, se publicó la magna obra Docu­ments in Mycenaean Greek por parte de los dos autores que colaboraron en su des­cubrimiento y se empezó a analizar los pormenores que las tablillas podían aportar al especialista.

En su conjunto, las tablillas son un resto del amplio volumen de material que tenía que existir dentro de los archivos palaciegos micénicos. Y como tal son unos registros burocráticos llevados a cabo por escribas del palacio en el que se anotaban cuestio­nes básicamente económicas y administrativas: recursos disponibles, aportaciones al palacio, reparto de materias primas a artesanos e incluso una distribución militar de carácter defensivo para la vigilancia de las costas.

Con estos datos se nos presenta un panorama fragmentario pero que da pie a configurar un esquema social que nos permite avanzar en conocimiento del mundo micénico de manera más o menos firme, aportando datos de forma indirecta sobre su religión, su estructura social, su economía (agricultura, ganadería, industria y un posible comercio), su sistema administrativo, su organización geográfica y su sistema militar.

Otros aspectos que podemos considerar importantes quedan oscuros aún. Para di­lucidarlos tenemos que apoyarnos en otras disciplinas, como la Filología. Uno de los principales es la configuración de la población que denominamos micénica, su confi­guración autóctona y las influencias (o invasiones) que recibieron del exterior.

Del mismo modo sigue siendo un aspecto difuso el ocaso de la cultura palaciega micénica. Tradicionalmente se venía fechando este suceso en torno al 1200 a.C. aun­que actualmente hay especialistas como M. Siebler que mantienen que éste no fue un hecho abrupto, sino un proceso que se alargó unos ciento cincuenta años, con una época micénica tardía, conformada por pequeños estados sin palacios y sin escritura pero con un modo de vida cortesano en base a ciertos índices de paz y de prosperidad económica, como demuestran las excavaciones de Sigrid Deger-Jalkotzy.

J. Chadwick continuó el trabajo de traducción y análisis tras la prematura muerte en un accidente automovilístico de su compañero y amigo M. Ventris. Basándose en lo descubierto en las tablillas de Pilos y Cnosos especialmente configuró un panora­ma bastante certero de la realidad histórica del mundo micénico.

La sociedad micénica estaba dirigida en su cúspide por el wanax, lo cual corres­ponde, con la omisión regular de la w, con una de las palabras griegas para rey. Junto a él están el La¯wa¯geta¯s y los telestai. También se aplicaba el término wanax a una divinidad. Existe la opinión, plausible aunque no demostrada, de que el La¯wa¯geta¯s fuera el comandante en jefe del ejército del rey, es decir, el «conductor del pueblo aprestado para la lucha».


Junto a estos cargos, están los hequetai o Seguidores del rey. El paralelismo con los Compañeros del monarca es evidente. Ostentaban una elevada condición y pro­bablemente tenían a su cargo misiones delegadas por el rey tanto en la paz como en la guerra.

El gobernador y el subgobernador de los distritos de un reino eran el korete¯r y el prokorete¯r respectivamente. Junto a este cargo administrativo existían varios cuya no­menclatura no siempre es un claro reflejo de su función, o, por lo menos, del conjunto de sus funciones, como es el caso del kla¯wiphoros o «portador de la llave».

La diferenciación entre el poder secular y el poder religioso es un concepto poste­rior al mundo micénico. Entre sus funciones, los altos cargos también ostentaban res­ponsabilidades religiosas, de culto, bien de forma intrínseca a su cargo «civil» bien en otro cargo paralelo a éste que estuviese dentro de la esfera religiosa. Un ejemplo de esto son los telestai, posibles grandes terratenientes micénicos y que en el griego posterior tenían asociadas labores del culto y de los rituales.

Según el propio Chadwick los hequetai (Seguidores) y los ktoinookhos (poseedor de la tierra) conformaban la aristocracia del sistema micénico, constituyendo así dos grupos de poder diferenciados que servían a la vez para el control mutuo frente a la autoridad del wanax.

En cuanto a la gente común, los estratos inferiores de la sociedad, tenemos pocos datos referidos a ellos. Estas clases no suelen aparecer en las tablillas de registro palaciegas. Éstas se vuelcan casi exclusivamente en los nobles y poderosos por una parte, y en los siervos y esclavos por la otra. Sólo de forma colateral y casi anecdó­tica nos aparecen datos concretos que nos revelan algunas informaciones a tener en cuenta, como es el caso de que la enorme especialización del trabajo, llegando a exis­tir profesiones que aportaban artículos que sólo una gran holgura económica podría permitirse como materiales de lujo.

Los esclavos son, por otro lado, una clase social de la que se nos aportan más datos, aunque no siempre éstos son clarificadores. No cabe duda de su existencia, en especial dentro del género femenino, pero su función y su situación social concreta dista mucho de ser conocida con exactitud. Con los datos obtenidos hasta ahora que­da claro que la situación de los esclavos micénicos, ya fueran comprados o captura­dos, no debe ser tratada de la misma forma que la de los esclavos en época clásica. Quedaría quizás a medio camino entre ésta y la situación de los siervos.

Probablemente la posesión de esclavos sólo la ostentaran las clases más altas de la sociedad, así como el propio palacio. Éste se encargaba de su manutención en unida­des dedicadas a trabajos especializados, tal y como reflejan varias de las tablillas en­contradas en Pilos. Encontramos también esclavos propiedad de algunas divinidades, encargadas de funciones cotidianas de culto y como donaciones y fuente de riqueza. Pero la situación de este segmento no termina de estar completamente definida por la ambigüedad de las formas aparecidas en las tablillas.

Un aspecto a destacar es la ausencia de referencias concretas a una posible clase de mercaderes en las tablillas palaciegas. Pese al nombre de «Casa del Mercader de Aceite» que Wace dio a la primera casa excavada por él fuera del recinto amurallado de Micenas, no podemos concluir la existencia de un grupo de mercaderes. La ausen­cia de un patrón monetario nos indica que cualquier posible comercio se realizaría a base de trueque, lo cual dificultaría sin duda la aparición de un grupo especializado en los intercambios comerciales a una amplia escala. Es éste un argumento relevante, y aunque no es determinante, si debe ser tenido en cuenta.

Por el contrario, autores como Starr mantienen que el grupo social de mercaderes desempeñó una función vital dentro del proceso de acumulación de bienes dentro de los palacios y ciudadelas, decantándose de esta manera no sólo por su existencia, sino también por su importante labor social. Quizás pese demasiado en esta tesis la in­fluencia difusionista de G. Childe que enlazaba el origen de la cultura micénica, y por ende la base de su estructura, con las «sociedades despóticas» del Próximo Oriente Asiático y podía dar pie a estudios comparativos y extrapolaciones que no pueden ser asimiladas más que como meras guías de investigación.

 

No se puede dejar de lado el hecho de que las tablillas en Lineal-B trata funda­mentalmente de la organización de las relaciones entre el palacio y las tierras bajo su dominio, de una forma de explotación de los habitantes rurales así como de los resi­dentes en la ciudadela con el objetivo de obtener medios materiales para subsistencia (y acumulación) así como fuerza de trabajo para el desarrollo del palacio, como mantienen Hiller y Panagl. Evidentemente este aspecto delimita la información que nos ofrece a unos campos más o menos concretos, aunque también han servido de base a otros estudios, como el de Palmer que mediante un análisis comparado de la lingüística indoeuropea intenta analizar las instituciones y los mecanismos socioeco­nómicos que las tablillas micénicas nos ofrecen de forma fragmentaria. Si bien este intento adolece de varios fallos por su diacronía, contribuyó en gran medida a superar el «micenocentismo» que ataba y perjudicaba los estudios en este campo al abrirlo a otras áreas de estudio, en especial la península anatólica, como es el caso de la cuestion de la identificación micénica del término hitita Ahhiyama y la identificación de Troya con Wilusa.

9 perar el «micenocentismo»23 


El mundo del poema

Frente a lo anterior expuesto, encontramos lo que los dos poemas épicos que Homero nos ha hecho llegar nos transmiten. Muchos son los intentos de amoldar la sociedad reflejada en la Ilíada y en la Odisea a los datos aportados por las tablillas micénicas y la Arqueología. La mayoría han sido vanos. Es un problema demasiado frecuente hasta ahora de la micenología el intento de justificar históricamente el mun­do homérico con el micénico, llegando a extremos a veces inverosímiles. Si bien es ineludible que ambas obran deben ser de obligada referencia, no puede enfocarse un estudio serio del mundo micénico partiendo de tal premisa.

Tal afirmación no debe, por otra parte, significar la completa indiferencia hacia la posible información que las obras del poeta ciego nos ofrecen. Pero ésta debe ser sin duda trabajada en su contexto específico y analizada desde el punto de vista del sentido crítico. Evidentemente ambos poemas épicos reflejan una sociedad, con sus valores, esquemas, tradiciones y ritos, y es labor del especialista ponerla a la luz.

La sociedad que refleja Homero es una sociedad notablemente más atrasada en algunos aspectos que la que las tablillas nos ofrecen. Excepto en un apunte sobre un mensaje entregado no aparece ninguna referencia al uso de la escritura para las funciones que le son características en el mundo micénico. Evidentemente no mani­fiesta esto la completa ausencia de un sistema de escritura, pero si es significativo que tras quedar patente el frecuente uso que de él se hacía en el mundo micénico, al me­nos en lo que respecta a la gestión administrativa de los palacios, no se vea reflejado forma más específica y cuantiosa.

El estrato superior de la sociedad homérica está compuesto por un determinado grupo de familias nobles, cuyos varones, los «próceres argivos» de la Ilíada, fueron los que formaron el ejército griego enfrentado a los troyanos, aunque no todos los varones acudieron a la campaña, como es el caso de Mentor, que quedó en Ítaca para el cuidado de Penélope.

Junto a esto destaca un aspecto similar a lo mencionado en referencia a las tabli­llas de los palacios micénicos. En ningún momento Homero hace alusión a un papel destacado por parte de las clases inferiores, a excepción en cierta medida de la no­driza de Odiseo, Euricleia, y el porquerizo Eumeno. Su participación es de apoyo fiel a su señor en su proceso de recuperación del poder. En el aspecto bélico se muestra quizás con mayor claridad esta situación: en el segundo canto de la Ilíada se puede leer como Odiseo evita la desbandada del ejército griego persuadiendo amablemente a los capitanes y con golpes a la tropa, resaltando el caso de Tersites que vilipendiaba a los líderes aqueos y fue castigado por Odiseo ante el alborozo y la aprobación del resto de la tropa, debido a su comportamiento atrevido.

La separación entre ambas clases, dirigentes y dirigidos, era nítida e infranquea­ble, y en el mundo homérico todos asumían su situación y veían negativamente cual­quier intento, siempre fallido, de superar tal separación.

El conjunto del pueblo sólo tenía un medio de expresión, la asamblea. Ésta la con­vocaba el rey y su única función era apoyar al rey permitiéndole de esta forma pulsar el sentir «popular» aunque en ningún momento de forma vinculante para su toma de decisiones. La asamblea en tiempos de guerra, como sucede en la Ilíada, la confor­maban el total de los soldados, y tal y como nos la refleja Homero, sus componentes asentían o no a las palabras de sus líderes, únicos con potestad para hablar y exponer sus opiniones.

Sólo en una ocasión podemos intuir en Homero el potencial del demos, el pueblo. Mentor acusaba al demos de Ítaca de no hacer nada para proteger el honor y la casa de su monarca: «(...) aún siendo muchos, no contenéis a los pretendientes, que son pocos».

En la cúspide de esta sociedad estaba la figura del rey, anax o basileus en Home­ro. La figura del monarca homérico está plenamente imbuida del carácter heroico propio de los poemas épicos. Su capacidad para gobernar, su posibilidad real, estaba basada en iphi, esto es, «por poder», en el sentido de carácter, habilidad y prestigio, posiblemente dotaciones éstas concedidas por los dioses. De tal modo la sucesión dinástica no era un concepto seguro ni establecido. Como prueba vivamente de esto podemos ver el argumento de los pretendientes de Penélope en la Odisea.

La inestabilidad propia de esta situación política se refleja en el resultado de al­gunos de los regresos de los monarcas griegos a sus ciudades tras la caída de Troya, cuyo máximo exponente es Agamenón y la consecuente tragedia de Orestes para re­cuperar su trono y vengar su asesinato.

Frente a esta aristocracia militar y económica, estaba el resto de la población en una amalgama de difícil clasificación. Si bien la diferencia entre el pueblo y los aris­tócratas era diáfana, los posibles estratos que conformaban el común del pueblo son difícilmente identificables.


La línea que separaba a los hombres libres de los esclavos, dentro de las clases populares, es cuanto menos insegura. Sin lugar a dudas existían esclavos, en especial mujeres y sobre todo por capturas en saqueos de razzias y como botín de guerra.

Es lógico pensar que una gran parte de la población serían pequeños propietarios, campesinos y ganaderos. Junto a éstos existía un grupo de personal especializado laboralmente: médicos, herreros, bardos, orfebres, adivinos...

El propio Homero los define como demioergoi, «trabajadores para el pueblo» o bien «trabajadores para la gente» y ciertamente su situación debía distar de la de los campesinos por su contacto frecuente con las altas esferas del poder dentro de su ámbito laboral.

Podemos apreciar en Homero un cierto desdén hacia otro sector de la población, los ethes, trabajadores a sueldo sin propiedades y que se veían a veces condenados a la mendicidad. Quizás su situación fuera peor considerada incluso que la de los pro­pios esclavos al carecer de vínculos que lo determinaran dentro de las tres principales esferas sociales que Finley define como «hogar, parentesco y comunidad».

La figura del mercader tampoco aparece de forma concreta en las obras homéri­cas. Si bien puede considerarse una alusión a ella lo que un joven feacio dijo a Odiseo asemejándolo, de forma ofensiva, a «el que está siempre en una nave de muchos bancos, a un comandante de marinos mercantes que cuida de su carga y vigila las mercancías y las ganancias debidas al pillaje». Quizás de tal forma fueran vistos aquellos cuya principal ocupación no era la agricultura, la ganadería, la artesanía o la guerra. El comercio homérico se basaba en el trueque, sin ningún patrón establecido por ningún poder. La base de equivalencias es el ganado y su uso se basa ineludible­mente en la tradición y la costumbre, siendo este barómetro «universalmente» cono­cido por todos y aceptado como tal entre iguales.

Conclusión

Queda patente que la sociedad que nos revelan las tablillas y la que los relatos homéricos nos ofrece no son la misma. Sus diferencias son tantas que no pueden ser apartadas. Pero no debemos desentendernos de la información que el poeta ciegos nos brinda. Si bien las diferencias existentes son insalvables, también podemos apre­ciar notables semejanzas que deben ser motivo de estudio y análisis. Lógicamente estas semejanzas pueden apreciarse de forma más nítida en los diversos aspectos que constituyen la cultura material micénica ofrecidos por la Arqueología y los símbolos de las tablillas tras su comparación con las descripciones que Homero hace de ellos.

Si las cronologías actuales son correctas, y así parecen serlo, entre el periodo mi­cénico (en el que incluiremos la hipotética guerra de Troya) y la época que vivió Ho­mero transcurrieron alrededor de cuatrocientos años. Por otro lado conviene destacar que en los siglos anteriores a Homero se vivió la llamada Edad Oscura en la Grecia continental, donde sí ha quedado demostrada la ausencia casi total de sistemas de escritura que ayudaran a la gestión de los pequeños estados surgidos tras la caída de los palacios micénicos.

El mito del conflicto troyano debió propagarse, con sus consecuentes modifica­ciones y variantes, de forma oral durante estos cuatro siglos hasta llegar a Homero. Teniendo en cuenta que la intención del poema épico es siempre literaria y ensalzado­ra de valores y caracteres, no de crónica histórica, no podemos equiparar la sociedad homérica con la micénica, pero sí nos es factible, en la actual situación del conoci­miento, intentar sonsacar aspectos del mundo de las tablillas que de alguna manera se conservaron en la tradición oral cuyo heredero es Homero, algunos tan concretos como el casco hecho a base de colmillos de jabalí.

Existen aspectos que tras el desciframiento de las tablillas en Lineal-B muestran ciertos paralelismos con la conclusiones que antropólogos y filólogos habían apor­tado tras un estudio independiente e incluso previo de los relatos homéricos. Este es el caso de la esclavitud femenina, donde podemos ver como la situación que nos describen las tablillas de Pilos se adecua prácticamente a la reflejada en la Ilíada y la Odisea, o el aspecto de la ausencia de la figura de mercaderes y de comercio en base a un patrón monetario establecido para tal efecto.

Pero no debe esto conducirnos a engaño. Si bien existen estos paralelismos, algu­nos aspectos conceptuales como el de la monarquía y otros más concretos como el uso del carro de combate, por mostrar dos ejemplos, difieren lo suficiente como para que nos planteemos qué periodo refleja, consciente o inconscientemente, Homero en sus obras.

La monarquía descrita en los poemas es una monarquía con un fuerte sello per­sonal, dependiente de la fortaleza de cada rey, y con una gran dosis de inestabilidad precisamente debido a esto. Por el contrario, la sistematización, la especialización, el alto grado de organización, disposición de tropas, recepción y distribución de riqueza y la compleja estructura del poder y de sus estratos que aparecen en las tablillas micé­nicas nos vienen a indicar que éste era un sistema político perfectamente reglado, con sistemas de control interno entre las fuerzas políticas (separación entre Seguidores y Terratenientes), cuya capacidad, si bien se vería fortalecida con un monarca podero­so, no mermaría ostensiblemente en caso contrario. Era un sistema político fuerte­mente implantado y probablemente aceptado de forma común.

Las lagunas que en los relatos orales que le fueron transmitidos a Homero debían ser rellenadas para asegurar la lógica del argumento y adaptarse a la mentalidad del oyente, que solían ser lo poderosos del momento, a los que convenía además regalar­les el ego con modelos de honor intachables y genealogías cercanas. Sin duda para el poeta o poetas que configuraran los poemas tal y como han llegado a nosotros, lo más sencillo y coherente, y fácilmente hecho propio por su audiencia, fuera la retrospecti­va al pasado no tan remoto de los siglos X y IX a.C., es decir, alrededor de doscientos años en el pasado, lo cual sin duda daba un carácter verídico e «histórico» dentro de la idiosincrasia del momento a las informaciones aportadas.

Quizás una de las mejores pruebas de esto es la ausencia de referencias a la escri­tura en los poemas antes mencionada. Un basto ejército como el griego frente a una poderosa y rica ciudad como la Troya que describe Homero, debían tener por nece­sidad un sistema de anotación, aunque sólo fuera por motivos contables. Pero para el poeta tal existencia en un «pasado remoto» es inconcebible. La desaparición y poste­rior reaparición de la escritura tras la llamada Época Oscura Griega es un fenómeno que como tal no era conocido por los griegos del s. VIII a.C. Para ellos en ese pasado heroico y guiado por los dioses no era necesaria tal costumbre, por lo que ante el des­conocimiento de su existencia en época micénica, la mano o manos que configuraron los poemas prescindieron de ella.

De esta manera se conformó la amalgama de usos y costumbres que vemos refleja­da en las obras homéricas, donde tradiciones de los siglos oscuros se ven unidas a re­motas leyendas del pasado micénico (o heroico), junto con matices que le son propios al siglo VIII a.C. Tal y como dice Finley, conviene desterrar el mito de la guerra de Troya para el estudio científico del mundo micénico, dejándolo sólo como una posi­ble referencia a tener en cuenta en cuestiones antropológicas concretas.

 

* Abstract:

Homero representa el inicio de la Literatura europea. En su conjunto, las tablillas son un resto del amplio volumen de material que tenía que existir dentro de los archivos palaciegos micénicos. Los esclavos son, por otro lado, una clase social de la que se nos aportan más datos, aunque no siempre éstos son clarificadores. Si bien es ineludible que ambas obran deben ser de obligada referencia, no puede enfocarse un estudio serio del mundo micénico partiendo de tal premisa.

La sociedad que refleja Homero es una sociedad notablemente más atrasada en algunos aspectos que la que las tablillas nos ofrecen. Ésta la con­vocaba el rey y su única función era apoyar al rey permitiéndole de esta forma pulsar el sentir «popular» aunque en ningún momento de forma vinculante para su toma de decisiones. Si bien la diferencia entre el pueblo y los aris­tócratas era diáfana, los posibles estratos que conformaban el común del pueblo son difícilmente identificables. La figura del mercader tampoco aparece de forma concreta en las obras homéri­cas. Sus diferencias son tantas que no pueden ser apartadas. Si bien las diferencias existentes son insalvables, también podemos apre­ciar notables semejanzas que deben ser motivo de estudio y análisis. Era un sistema político fuerte­mente implantado y probablemente aceptado de forma común.

*Artículo Completo

Artículo 2:

 

REFLEXIONES SOBRE LA PROBLEMATICA HOMERICA

 

CARLOS ESPEJO MURIEL

Universidad de Granada

Publicado en In Memoriam J. Cabrera Moreno, Granada 1992, 89-102.

 

Hace ya varios años tuve el honor de ser alumno de la Dra. Juliana Cabrera en esta Universidad, y es difícil borrar de mi memoria aquellas primeras clases que no se dejaban fácilmente impregnar en un papel, pues tal era su nervio y gracia. Hace ya menos años tuvimos de nuevo la ocasión de compartir otro momento importante de nuestra vida académica como fue la lectura y defensa de nuestra Tesis Doctoral, en la que participó como miembro del tribunal. Entonces hablábamos sobre Grecia homérica, sobre ritos y sobre fiestas; por eso, hoy y aquí, recreando un nuevo recuerdo en su memoria, nos aproximamos a este mágico universo para tratar modestamente de exponer unas simples reflexiones sobre una época tan complicada como maravillosa.

Son diversos los elementos que constituyen la base de esta problemática, y de naturaleza muy distinta entre sí, abarcando por ello desde la Lingüística a la Literatura, desde la Historia a la Arqueología, etc.... No pretendemos por ello, dar la última opinión al respecto, o zanjar para siempre tan debatido y a veces, reiterativo argumento, sino exponer nuestras siguientes reflexiones y esclarecer el complejo panorama homérico.

  1. LA TRADICIÓN ÉPICA.

Creemos que existen ya suficientes argumentos como para afirmar que existió tal tradición y que la consideramos necesaria para lograr comprender a nuestro Poeta.

Conocemos que en la lengua de Homero aparecían vestigios de otros dialectos, que en su estilo se podían descubrir figuras literarias muy parecidas a aquellas que se encuentran presentes en las epopeyas, o en general, en el ambiente literario de civilizaciones como la Egipcia o la Mesopotámica , sabemos también el posible origen de estos cantos, desde su aparición con el baile y su principal motor rítmico: su lenguaje, lenguaje que se separa progresivamente de la expresión corporal para constituir la poesía y ser entonada melodiosamente, creando una atmósfera tal que la palabra por sí llega a conectar con lo mágico, -a lo que pudo estar relacionado en sus orígenes envolviendo al auditorio en un halo de misterio y frenesí, coincidiendo con el tratamiento de terapia que hasta hoy día tenemos (recordemos, a modo de ejemplo, el cuento nocturno para facilitar un sueño relajado y sin miedos, a los niños). Pues bien, lo que tratamos de exponer es que aunque los críticos se hayan peleado mil y una vez para discutir la existencia o no de esta tradición -aunque hoy día parece ser que la mayoría se decanta por la posición que nosotros también vamos a defender-, creemos que sí existió, no sólo por todo lo que ya sabemos sobre estilo, lengua, técnica, etc..., sino por una cuestión esencial que a nosotros nos parece muy clara, y es el puro hecho de que unos poemas como los que trabajamos no pueden aparecer de la noche a la mañana. Para conseguir el grado de genialidad que se aprecia en estos dos poemas, Homero debió conocer otros cantos épicos, otros cantos puramente gencalógicos, letanías, plegarias, versos obscenos, etc... porque toda civilización engendra por sí misma la necesidad del ritmo, ya sea con sus propios utensilios y adrede, como elementos extraños que les sorprendieran, pero sí conociéndolo, y desde entonces lo trabajaron, improvisando o creando, asociándolo a unas fuerzas naturales, a unos ritos o a unos personajes concretos del grupo (antecesores de nuestros aedos); que cada vez más lo complicarían, dividiéndose y desgajándose de ese tronco común, para dar paso a diversas manifestaciones artísticas, y desde ellas, desde su propio origen, desde la hilazón que se produce entre canto-cantor, hasta la que se transmite al auditorio.

Nosotros creemos comprender el alto valor que le otorgarían a la palabra debido sobre todo a las reacciones tan insospechadas que era capaz de provocar en el auditorio, de donde arrancarla su propio estatus, cuanto más si tenemos en cuenta el lugar de la reunión, su significado, el hecho en sí de ese asociacionismo, hasta la increíble figura del aedo, y su interpretación; pues si recordamos hoy en día cuántas veces hemos vibrado al escuchar una canción o un poema bien interpretado o bien recitado, hasta conseguir ponernos el vello de punta, pensemos entonces qué no sucedería con estos conjuntos de población, con otros miedos y otras necesidades, cuando se sentasen al lado de un fuego, o en el suelo de una plaza a la luz de la luna, escuchando a una anciano contar historias tales y tan fascinantes (realmente, como dice Simon, su efecto es palpablemente 'terapéutico').

Kirk  piensa que en los momentos de "crisis" es cuando precisamente aparecen las obras más espectaculares de la historia de la humanidad. Bien, a nosotros nos parece impropio el término "crisis" por la categoría que conlleva comparativa, al igual que el excelso grado a la que la eleva; no obstante, sí congeniamos en la idea que subyace en la reflexión; pues realmente, cuando las situaciones no parecen del todo favorables, cuando el entorno se tercia hostil o simplemente distinto a como siempre se ha mostrado, el hombre o el grupo social busca –quizá por la propia ley de la jungla de nuestro amigo Darwin- nuevas soluciones para superar la adversidad; dentro de las cuales, perplejamente, podemos encontrar obras dignísimas que parecen impensables en estos momentos. Algo de esto pudo ocurrir en esta indefinida "época oscura" en la que nos movemos, y quizá nuestro poeta –porque es el único nombre que nos ha llegado- debe ser visto dentro de este cauce, imponiéndose a las dificultades y creando para un público que siempre deseó escucharlo –aunque haya autores que se empeñen en pensar que no tendrían ni tiempo ni ganas para ello.

2. ORALIDAD DE LOS POEMAS.

También es éste un punto polémico. Miles de rios de tinta han bañado hojas y cuartillas de medio mundo para enfrentarse opinando si nunca fueron escritos o todo lo contrario, que siempre lo estuvieron. Nosotros pensamos, como creemos que también lo hace la mayoría de los investigadores del tema hoy, que nunca en su origen estuvieron escritos, más tarde sí, por supuesto; pero Homero nunca los redactó.

Vamos a basar nuestra "defensa" en los puntos fundamentales que han sido objeto de ataque, estos son: la presencia de fórmulas, en cuanto al estilo; la presencia de contradicciones, en cuanto al argumento; y la necesidad de su existencia.

Comencemos por el primero, "las fórmulas". Nosotros pensamos -quizá se lo debamos fundamentalmente a M. Parry- que difícilmente este argumento se ha podido alguna vez esgrimir en contra de la problemática oral, pues a nuestro parecer es quizá una de las características más relevantes de toda poesía oral. Entendámonos, si un poeta se sirve de fórmulas para poder colocarlas a su antojo en los espacios que le quedan libres en el verso, para ello no necesita ir tablilla en mano y anotando palitos, sino todo lo contrario, mientras recita y se obnubila en su interpretación, cuando el ritmo se le va a alterar porque no encuentra la palabra que quiere decir, pues se sirve de esa larga tradición que le ofrece además un rico repertorio de epítetos, y los coloca, salvando su recitado y sin la menor molestia del público, que ni depara en tales cosas, pues no se ve modificado ni el ritmo ni el tono de la composición, y precisamente por el uso repetitivo de ellas, va marcando el aedo una sinfonía estremecedora, donde son las fórmulas las que llevan el compás. Como se ve, forman parte del abanico de posibilidades que se le abre al compositor, y éste las va utilizando como buenamente puede o sabe (en este caso concreto, magistralmente, aunque haya veces que no se pueda entender qué pinta una determinada fórmula en un verso cualquiera), y la solución es la misma, se debe a esta posibilidad y a la maestría del poeta para colocarla justamente cuando se refiera a ella.

Vayamos ahora por el segundo punto: las contradicciones, como por ejemplo la que acabamos de mencionar -el colgar un epíteto a un personaje que no está caracterizado por él-, así como todas las que se han buscado en la Ilíada y en la Odisea, que han servido para dividir mil veces la autoría de¡ poeta, viéndose hasta cuantas manos habían podido participar en la composición. Esta es la prueba más clara para hablar de poemas orales, dado que a veces se olvida que estamos hablando de un aedo, una persona, y como tal -por mucha preparación y técnica que tuviera- se equivocaba; además, en todo acto creativo no se pueden poner barreras ni delimitar como se hace en un análisis del tipo que sea, fundamentalmente porque es la pura creatividad la que mueve el contenido, y esa creatividad en sí misma puede olvidar o confundir acontecimientos que ella misma ha hecho aparecer anteriormente, por ello pensamos que es perfectamente lógico encontrar contradicciones en Homero ya que no estamos hablando ni de un historiador ni de un copista, sino de un creador; y que éstas son las pruebas más claras del proceso de formación de las obras en su dinámica ágrafa.

Y respecto del tercer punto que es el más amplio, vamos a barajar distintas alternativas: por ejemplo, los autores Kirk y Notopoulos opinan, muy acertadamente, -al igual que Parry con sus estudios de la épica yugoslava- que está demostrado que en el momento que hace aparición la escritura, no sólo se confecciona la técnica de otra manera (más "rigurosa", más "pulida', más 'hilazada', etc..) sino que la propia figura del aedo se pierde, pues no reflejaría ni lo que él mismo es, ni lo que pide su momento histórico. Cuando existe el aedo es porque se necesita su función y porque existen los medios necesarios para que pueda desarrollarla; desde el momento que se acepta la presencia de la escritura todo cambia, pues ya no se recoge la técnica aprendida sino que ésta se olvida, pues no hace falta, al igual que tampoco se reune un auditorio pues no tendría sentido, ya que de alguna forma podrían leerla o conocerla, a la vez que tampoco tiene porque ser el creador quien la recite, pudiendo ser perfectamente otro individuo que sepa leer, y por lo tanto, el vínculo casi sagrado de la palabra y el auditorio muere. Por esto, conociendo las características que definen el canto, el auditorio y el aedo de esta época, la escritura no se utilizaría porque es totalmente contraria a la base que mantiene a estos tres elementos.

Por otro lado, se ha discutido muchísimo sobre el problema de la extensión de la obra y de la incapacidad humana para memorizaría, por lo que los poemas tuvieron que haber sido escritos. De nuevo encontramos el error, la equivocación de todos aquellos que se aproximan a estudiar la Historia desde su sillón voltaire o desde los postulados que le dan vida, y no se detienen a pensar que el paso del tiempo hace cambiar algunas cosas, y que estas sociedades primitivas y "torpes" pueden -en la mayoría de los casos lo hacen- sorprendernos con sus logros tan palpables. Pues esto creemos que es lo que ocurrió aquí. Los aedos, una de las características más renombradas que tuvieron fue precisamente esa prodigiosa memoria de la que gozaron -y a la que hereditariamente se dedicaron a forjarse- y ante esto no hay escritura necesaria. Así pues, el aedo pudo recitar de memoria tan elevado número de versos, pudo cansar -físicamente, claro- a su auditorio sentado más o menos cómodamente durante las horas y horas que duraba el recitado, y lo hizo porque estuvo ejercitado para ello, como un deber más de todo buen profesional de la palabra.

Y finalmente, otro autor, Bowra, daba a conocer unas tesis muy interesantes que radican en esta idea: la cultura micénica conoció la escritura, pero hoy se acepta que tras la destrucción del mundo micénico, hasta el 750 a.C., la escritura, por medio del alfabeto fenicio, no vuelve a Grecia; entonces bien, ¿Qué necesidad hubo de componer por escrito unos poemas en una sociedad que no conocía la escritura? Ha habido autores que han considerado la necesidad de perduración, pero volviendo a Bowra, es increíble pensar que estos hombres maquillasen tales pensamientos, pues estaban convencidos que perdurarían, como habían perdurado todos los otros cantos que conocían desde la antigüedad. También se ha propuesto que la utilizarían para fijar los poemas en la forma exacta que los compuso, lo cual sigue siendo ¡lógico pues no sabrían nada de fijar textos e iría totalmente en dirección opuesta a sus enseñanzas. Incluso se pensó que la utilizarían como ayuda a su memoria, pero está claro que tendrían miles de formas para adquirirla, y que ninguna sería la escritura como tal.

3. HISTORICIDAD DE LOS POEMAS.

La primera dificultad con la que tropezamos es que trabajamos con relatos épicos, cuyo fin no es precisamente "ilustrarnos sobre instituciones sociales de cualquier tipo, sino hablar de unas hazañas que interesan a un auditorio, que no somos nosotros, por lo que existe una falta de conexión en los detalles y muchos puntos aparecen apenas abocetados, como alusiones solapadas o referencias inconexas y problemáticas. Además, estos poemas se deben a Homero, pero son a su vez producto de una larga tradición épica y oral cuyos orígenes apuntan todos a la época micénica, por lo que los datos que recibimos no pertenecen todos a un mismo período y estadio cultural.

Así el problema se complica, y esto no hace que desistamos en nuestro empeño por desmadejar los hilos que enturbian una clara visión de los poemas. Vamos a ver cómo hay vestigios micénicos en los poemas, y cómo por ello se ha hablado de que Homero describe esta época. Vamos a ver a la vez, cómo tal presencia no está tan ampliamente desarrollada, y por lo tanto que carece de base la conclusión anteriormente citada. También vamos a estudiar elementos que no son micénicos y que deben ser homéricos, luego describe su propia época -razonamiento que parece perfectamente lógico-, así como desechar algunas opiniones que observan nítidamente la presencia de rasgos definitorios de la época siguiente -la arcaica- a la vez que deseamos mantener el planteamiento que no podemos olvidar el deseo mismo arcaizante del poeta, lo cual soluciona y embrolla muchas conclusiones. No obstante, advertido queda el lector de que la tarea que a continuación emprendemos no es cosa fácil sino harto compleja, aunque intentaremos de todas las formas humanamente posibles aclarar este maremagnum de posibilidades y esbozos. Damos paso pues a todo el cuestionamiento sobre cuál fue la época que describen los poemas:

Los historiadores que se han aproximado a esta problemática han ido marcando unos surcos en su proceso de investigación, tales, que hoy es muy fácil separarlos, y así poder trabajar de una forma más cómoda y clara; fundamentalmente serían cuatro:

- la especialización,

- los ritos funerarios,

- el armamento,

- la realeza;

aunque también el metal y la religión han sido facetas profusamente estudiadas.Comencemos por la primera: generalmente hoy se acepta que el panorama micénico de organización interna y de estructuración está completamente ausente en la sociedad que describen los poemas -y que para ser más breves, además de que los autores crean su historicidad, la seguiremos llamando 'homérica'- o sea, que el grado de especialización al que habían llegado las comunidades micénicas, tan patentes tanto en sus contabilidades en las tablillas como en su propia organización o división del trabajo así como en los vestigios arqueológicos encontrados; no se refleja para nada en Honiero, por lo que este primer factor entra en contradicción con aquellos que consideran que se describe la sociedad micénica.

Respecto del segundo, ésta ha sido, por decirlo de una manera rápida y clara, el único terna a tratar en relación con Honiero y Micenas. Todos los lectores que estén un poco versados en la materia sabrán la cantidad de obras que existen publicadas discutiendo si la cremación estuvo en Micenas o no, si es una invención del poeta o no, si la traen los irreconocibles dorios o no, etc... el caso es que realmente el problema se concentra en este aspecto sólo: la cremación. Generalmente al no encontrarse en las excavaciones de las necrópolis micénicas restos de incineración, y al leer en los poemas que si conocían un rito funerario, éste era precisamente el que no se localizaba en el territorio micénico, la conclusión queda clara: la época micénica no es la homérica; sin embargo, esto es cierto sólo en parte, pues actualmente se conocen vestigios de incineración en territorio micénico -bien datados, además-, lo que lleva a replantear todo el proceso para hacerlo entrar en unas vías más lógicas. Al conocer tan diminuta existencia, pero existencia al fin y al cabo, de la incineración en tiempos micénicos, la tesis de que los dorios son los que introdujeron tal rito en la Hélade cae, lo cual viene a sustentar las tesis de los que son partidarios de no ver la Historia a saltos sino como un desarrollo paulatino, lo cual invalida no sólo la hipótesis doria sino la inexistencia en Micenas del mismo; sobre todo cuando se considera la idea de que la población pre-micénica tomó este rito que perdería adeptos durante el apogeo de Micenas, pero que retornaría a su lugar, una vez caído este gran foco.

El problema pues, aunque es difícil de resolver, se puede entender como un rito originario de los pueblos pre-griegos de la península que continuaron realizándolo aún con el peso de las nuevas corrientes implantadas por la cultura micénica, si bien en mucha menor medida; que esta misma cultura llegó incluso a tomarla pero en escasísimo número, y por último, que tras su desaparición, regresó de nuevo con gran pujanza (empujada quizá, además de por su existencia en Troya, por el contingente humano que regresó). Luego la sociedad homérica no es la micénica en cuanto a ritos funerarios, ni en cuanto a especialización.

Veamos ahora si existen semejanzas en cuanto a la realeza y al armamento. Todos sabemos que en la época micénica quien detentaba la realeza era llamado wanar y éste estaba acompañado de un lawagetas, pues lo que encontramos en época homérica es basileus , y si bien se han visto miles de semejanzas entre ambos, lo que sí está claro es que este anax, en la época en que se compusieron los poemas, lo más probable es que hubiera perdido su lugar y que sólo se conservara en el lenguaje de la poesía; por lo que, lo único que sería era un vago recuerdo que habría perdido toda su relación con la compleja estructura que apreciamos en el Lineal B . Respecto del armamento, ocurre igual, puesto que aparecen elementos como cascos y el uso del carro, que están íntimamente ligados a Micenas, aunque volvemos a la misma idea, pues sugieren más un recuerdo que una supervivencia en época homérica. Para finalizar, se suelen incluir otros aspectos como la lengua o la religión, pero para no cansar en exceso, diremos que sí hay una continuidad respecto de Micenas, perfectamente comprensible por lo que hemos discutido de tradición, oralidad, etc.... Y en cuanto a la religión, debemos conocer que existe una docena escasa de nombres de divinidades griegas en las tablillas, como Zeus, Hera, Poseidán, etc.. que están acompañadas, en las tablillas, de otros muchos nombres divinos que no figuran en la religión post-homérica, en la que por el contrario figuran muchas decenas de nombre divinos que todavía no se han encontrado en los textos micénicos. De todas formas, pese al panorama tan oscuro, no debemos olvidar la advertencia que hacía Brelich al respecto: "pese a la presencia de divinidades idénticas, las religiones pueden ser profundamente diferentes".

Se nos plantea entonces cúal fue la época que describen los poemas, y ante esto anotamos que estos, retienen una cierta medida de "cosas" micénicas -algunos lugares, algunos objetos bélicos,...- pero poco de las instituciones o de la cultura; y no sólo de la cultura micénica, sino de otros periodos como los de su propio tiempo y los famosos "siglos oscuros", por lo que los poemas forman . una compleja amalgama de elementos derivados de distintas épocas, y unidos en un todo homogéneo artificialmente por el arte de la canción que cada cantor hereda de sus predecesores".

Todo lo cual nos conduce a concluir que la época que se describe, ante todo es posmicénica -luego no nos sirve para nada como guía de esta cultura anterior- que se desarrollaría tras la caída de Micenas y el siglo VIII a.C., o sea, los siglos XI,X y IX a.C.; si bien debemos mencionar dos cuestiones para dar por cerrado este caso: la primera se debe al profesor Snodgrass, quien no cree en el postulado que mantenemos, sino que considera que como los poemas hacen un calla de diversos periodos históricos, no pudo existir una poca histórica propiamente homérica, y además, de esto deriva que no considere a Homero como una fuente fiable para estos momentos de la Historia de Grecia; aparte de que acuña el término de época oscura, que tradicionalmente viene siendo otorgado para los siglos XI al IX a.C., al siglo VIII a.C.

Y la segunda cuestión a tratar, es que no debemos olvidar que lo que tenemos en nuestras manos es una obra del género épico, y con un deseo expreso de arcaizar que le permitió auscultar al Poeta, en distintas pocas históricas sin ser consciente de ello, y sin el ánimo de desvirtuar la Historia. Es por esto que en vez de lanzar quejas y más quejas sobre este aspecto debemos recordarlo y reconocerlo, y así se solucionarían muchísimas dudas y complicaciones que no dejan de parecer absurdas, pues como dice Finley, "puede ocurrir que algunos de los pasajes sueltos de los poemas, que se explican frecuentemente como anacronismos -reminiscencias micénicas- sean, por el contrario reflejo de las diferencias dentro del mundo griego (... ). Y puede ser que algunos reflejen diferencias dentro de las comunidades individuales, pues eran sociedades de gran complejidad, en las que no hubo necesariamente una sóla norma de organización que todos siguiesen con regularidad infalible."

 

4. LOS DORIOS Y LA EPOCA OSCURA.

Para intentar hacer frente a la posibilidad de una invasión, como generalmente se ha venido aceptando, vamos a rastrear los momentos cronológicamente anteriores, para intentar comprender mejor qué sucedió realmente. Respecto de la caída de la cultura micénica se han barajado varias posibilidades, que a continuación enumeraremos como causantes de la misma; la primera sería la rivalidad existente entre Micenas y Argos. Cuando Micenas era el centro hegemónico, Argos estaba en relación de subordinación, pero al decaer en el siglo XII, Argos ascendió y conoció un momento de florecimiento o esplendor.

La segunda arranca de la consideración de que la civilización de los palacios era un elemento extraño a la cultura micénica, ya que derivaba de Creta y se basaba en el poder de una "aristocracia gentilicia". A fines de¡ siglo XIII a.C., dicha aristocracia fue desmontada por la revuelta del estrato más antiguo de la población, explicándose así el resurgir de antiguas costumbres, concepciones y tradiciones adormecidas.

La tercera y más plausible, por los propios movimientos internos dentro de la cultura micénica; la cuarta, y más comentada, por una presión gral]ual de una nueva oleada de gente que hablaba griego (que introduciría un nuevo tipo de armas y fíbulas de 'arco de violín' a principios del periodo IIIC (1200-1 100 a.C.), aunque parte de ese material se encuentra en Grecia en el IIIB (1300-1200 a.C.); así como es patente la ausencia de nuevos elementos culturales). Y la quinta, se debió probablemente a la estancación económica que condujo a guerras internas. Estancación producida por las costosas guerras y las disputas internas.

Dado que somos partidarios del tercer postulado y no nos convencen demasiado las tesis que resuelven los problemas haciendo llegar un pueblo extraño en el momento preciso de la historia de una población, detengámonos a analizar la tan discutida invasión doria. Finley nos hace llegar una opinión sobre el estado actual de la cuestión, si bien nosotros no compartimos de todo tal opinión. Según él, cada vez parece más probable que el desmoronamiento del Imperio Hitita (1200-1190 a.C.) se pueda relacionar con las considerables incursiones en el Egeo Oriental, llevadas a cabo por una coalición libre de pueblos mencionados por dos veces en las fuentes egipcias, que se han mal llamado 'pueblos del mar'; y que además, piensa que debemos creer en un movimiento de pueblos a gran escala, ya que "existe entre los expertos la creciente convicción, basada en la arqueología y en las conclusiones sacadas de la ulterior expansión de las lenguas indocuropeas, que el centro de tales disturbios fue la región de los Cárpatos y el Danubio, en Europa. Por supuesto, sin estar organizado este movimiento, ni concertado, como ocurre con una coalición propiamente dicha.

A la vez existe una serie de apartados nítimamente ligados a la cuestión de la invasión como son: el panorama posterior y los movimientos de población, y la perduración o no de asentamientos en territorio griego. Veamos uno por uno estos elementos: normalmente se ha venido hablando de efectos catastróficos, porque el uso de la escritura desapareció al quedar saqueados los palacios, la burocracia del rey se dispersó, los artistas y arquitectos perdieron su mecenazgo así como su propia seguridad, o sea una total dispersión de población con derrumbamiento de la estructura social piramidal y de su sistema económico. Así, hacia el 1000 a.C. la vida en Grecia se reduce a una supervivencia. Los grupos de población de Grecia que huyeron a las islas y de allí a Asia menor, a través de la imitación de las costumbres de los otros habitantes del Egeo, a través de los matrimonios mixtos y a través de la conquista de las regiones más importantes de la cuenca del Egeo, llegaron poco a poco, a poseer un tipo de civilización fundamentalmente uniforme. Es digno de anotar que las áreas más remotas recibieron una oleada de refugiados mayor, por lo que Acaya vió crecer su número de asentamientos, así como en el Este, Creta, Quíos y Chipre. El núcleo de estas migraciones hacia Jonia estaba compuesto por las poblaciones del Peloponeso, Tesalia y Bcocia, y hay que señalar que los establecimientos jónicos considerados tradicionalmente como los más antiguos (Efeso, Priene, Colofón, Teos, Lébedos, Míos, Mileto, Samos, Quíos y Esmirna) estuvieron ya bien establecidos alrededor del siglo X a.C., por lo que, primero, los grupos griegos que emigraron entre 1125 y 800 a.C., de las treinta tribus conocidas en la edad del Bronce, quince tomaron parte: los Abantes, Athaman¡os, Ainianos, Acolis, Actolios, Arcadios, Aqueos, Boiotios, Dorios, Thessalios, Jonios, Lapithas, Maquetes, Minyanos y Molossianos. Segundo, la mayoría de estas tribus no emigraron en su totalidad, y tampoco fueron de una localidad a otra -la excepción son los Aetolios-. Los Dorios que estaban divididos en cuatro grupos, se asentaron en el noroeste del Peloponeso, así como en Megara, Creta, Sureste Egeo, Egina y Halicarnasos. Los Jonios de Aigialeia se asentaron en las proximidades del itsmo, Atica, Eubea, Cíciadas y este del Egeo; los Lapitas, Minyanos y otras tribus que hablaban eólico, junto con los Aqueos, se asentaron al este del Egeo, entre Tenedos y Mileto, en Creta y Chipre. Todas estas migraciones son divisibles en tres categorías básicas: la primera incluiría las incursiones de las tribus griegas en los lugares donde la civilización micénica había florecido. Las tribus que tomaron parte en estas migraciones habían vivido en áreas montañosas con limitados recursos. La segunda categoría estuvo formada por la corriente de refugiados, la mayoría a causa de las invasiones de las áreas montañosas del grupo primero; y la tercera categoría está más en consonancia con las colonizaciones tardías, por ejemplo, las fundadas por los dorios de Argos en el resto de la Argálida, o los dorios en Megara, Creta, Melos, Thera y sureste Egeo.

Para terminar, la mayoría de estas migraciones tuvieron lugar en dos oleadas: la primera entre los años 1130 y 1120 a.C. y la segunda entre 1050 y 975 a.C. (entre 1120 y 1050 a.C., los movimientos fueron generalmente raros y de poca importancia).

Ahora bien, si retomamos el hilo aún nos falta por considerar una tercera característica de este momento, como es el hecho de que genera mente se justificó la oleada por la inexistencia posterior de una vida autóctono en territorio griego (a excepción de Atenas, que como todos sabemos fue la única que escapó a la destrucción o al abandono, sobreviviendo a los ataques, uno de los cuales coincidió con el incendio de Micenas, hacia fines del siglo XII a.C., cuando fueron abandonadas las casas ubicadas en las laderas de la Acrópolis, aunque la ciudadela resistió), lo cual llevaba a la consideración de una devastación de los dorios perfectamente clara. No obstante, el panorama ha cambiado desde que todas las bases han empezado a tambalearse gracias a las nuevas explicaciones, pues al conocido caso de Atenas que sobrevive a unos ataques (que no necesariamente implican una invasión) tenemos también, la existencia de nuevos vestigios que nos proporcionan otros cantos que perduraron tras la caída de Micenas, los cuales nos señalan la vivencia de momentos de auténtico esplendor, como sería el caso de Salamis y Perati. En estos lugares la estructura política y administrativa del reino micénico fue sustituida casi automáticamente por la antiquísima organización de la comunidad en régimen patriarcal, o incluso, también pudo darse de un modo más radical.

De todo esto podemos deducir que se destruyeron grandes e importantes centros micénicos, pero no todos, pues algunos perduraron, y en ellos puede estar la respuesta a las dudas que la época oscura ofrece, como por ejemplo, todos los cambios que acarrea el paso del bronce al hierro, que se han explicado como reflejos micénicos o arcaicos, cuando pueden ser perfectamente originarios de estas poblaciones griegas, sometidas en un principio al yugo micénico, y tras la caída de Micenas por sus propias contradicciones, de nuevo tomaron auge, si bien incluso en época micénica no estarían del todo olvidados. Por lo tanto, el estilo geométrico, la cremación de cadáveres, el uso del hierro en las armas, entre otras tantas cosas -habían sido siempre objeto para sustentar la presencia de invasores- hoy, a la luz de los nuevos descubrimientos, no nos ayudan a hablar de pueblos invasores; pues, por ejemplo, el paso de unas formas de tumbas a otras no se debe a la introducción de tumbas de cistas ni a la desaparición de los tholoi y tumbas de cámara, sino a factores políticos, sociales y étnicos. Tampoco el protogeométrico puede ser adscrito a los 'invasores' mientras sus variaciones más antiguas se localizan bajo el submicénico; por lo que ninguno de los cambios observados en las artes, oficios y costumbres funerarias dentro del área afectada por la civilización micénica durante el periodo 1200-principios del siglo IX, fueron introducidos con la penetración de los nuevos grupos étnicos.

De esta manera, la época oscura que nace tras la caída de Micenas y las convulsiones que azotan al territorio griego -no necesariamente debido a la presencia de un pueblo extraño- supone pues, muy posiblemente una continuidad con un estrato pre-micénico en el que se desarrollan (por sus contactos con el Próximo Oriente, con Chipre o por sí mismos) toda una serie de aspectos propios que van a configurarla. No obstante, aunque no gozan de la consideración general estos aspectos de que representan claramente un momento de esplendor de la Historia griega, sino todo lo contrario, creemos que es justo recuperar esta época como la era griega en la que se van a establecer las líneas básicas de su historia política, religiosa, artística e intelectual Y pese a que el calificativo lo continuemos utilizando porque creamos que nos faltan aún datos para esclarecerla, pensamos que no tiene ningún otro valor por si mismo, salvo para aquellos que piensen que Grecia es una civilización de portentos y gestas gloriosas, y por lo tanto, estos siglos nunca deben ser considerados "griegos' sino característicamente 'bárbaros' (invasión doria) u "oscuros".

 

*Abstract:

Hace ya varios años tuve el honor de ser alumno de la Dra. Entonces hablábamos sobre Grecia homérica, sobre ritos y sobre fiestas; por eso, hoy y aquí, recreando un nuevo recuerdo en su memoria, nos aproximamos a este mágico universo para tratar modestamente de exponer unas simples reflexiones sobre una época tan complicada como maravillosa.

Además, estos poemas se deben a Homero, pero son a su vez producto de una larga tradición épica y oral cuyos orígenes apuntan todos a la época micénica, por lo que los datos que recibimos no pertenecen todos a un mismo período y estadio cultural.

También vamos a estudiar elementos que no son micénicos y que deben ser homéricos, luego describe su propia época -razonamiento que parece perfectamente lógico-, así como desechar algunas opiniones que observan nítidamente la presencia de rasgos definitorios de la época siguiente -la arcaica- a la vez que deseamos mantener el planteamiento que no podemos olvidar el deseo mismo arcaizante del poeta, lo cual soluciona y embrolla muchas conclusiones.

Cuando Micenas era el centro hegemónico, Argos estaba en relación de subordinación, pero al decaer en el siglo XII, Argos ascendió y conoció un momento de florecimiento o esplendor.

Todas estas migraciones son divisibles en tres categorías básicas: la primera incluiría las incursiones de las tribus griegas en los lugares donde la civilización micénica había florecido.


 
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